LA TRAGEDIA Y LA COMEDIA DE LOS COMUNES DIGITALES: UNA APROXIMACIÓN DESDE LA TEORÍA DE LA ELECCIÓN RACIONAL Y EL PENSAMIENTO DE ELINOR OSTROM

El uso del internet se ha masificado en las últimas décadas, lo que obliga a nuevas reflexiones sobre la Política y la Gerencia Pública[1].  Este ensayo aborda esta cuestión desde dos perspectivas bastante cercanas: el modelo basado en los recursos comunes desarrollado por Elinor Ostrom, y el adelanto de la Teoría de la Elección Social y Racional, enriquecida por autores tan destacados como Kenneth Arrow, Mancur Olson y John Elster.  En las siguientes líneas me propongo concluir, a partir de estas teorías, que el uso del internet es una potente herramienta que la sociedad actual posee para el mejoramiento de las decisiones de política así como para la comunicación entre las instituciones y la ciudadanía.

I.                   Los comunes y la Teoría de la Elección Social y Racional
Como la misma Ostrom afirma (2009, p. 29), su análisis de los bienes públicos y recursos comunes está directamente relacionado con la teoría de la elección social y elección pública desarrollada previamente por Kenneth Arrow y Mancur Olson a principios de la década del setenta. Son muchas las características de esta teoría que influyen en el análisis de Ostrom, sin embargo, dos conceptos son claves para comprender el pensamiento de esta politóloga y la crítica que posteriormente asume: el problema del free rider y la tragedia de los comunes.
La teoría de la elección racional asume que los agentes tienden a presentar comportamientos oportunistas en aquellos contextos donde la información es asimétrica y no completa. En otras palabras, cuando los niveles de información son distintos, los agentes tienden, sea de manera consciente o inconsciente, a maximizar su utilidad sacando provecho de las acciones de los demás, característica propia de un free rider. Un entorno como este es ineficiente ya que los niveles de utilidad alcanzados son inferiores a los que se obtendrían bajo la correcta cooperación y el esfuerzo de todos
Así mismo, aunque no directamente relacionado con la teoría de los comunes, la información asimétrica ocasiona también que los costos sociales de producción aumenten en tanto los agentes tienden a ocultar sus acciones improductivas y no acordadas, lo que ocasiona que los niveles de producción sean menores a los esperados mediante un real cumplimiento de los contratos (Arrow, 1996; citado de Ostrom, 2009, p. 51). Esta situación, conocida como el problema del principal-agente, se produce por el riesgo moral (moral hazard) al que todos los individuos naturalmente tienden, tal y como fue pensado por una multitud de empresarios desde el siglo XVII (véase Dembe et al, 2000).
Por mucho tiempo, la teoría económica creyó que el problema del free rider se acrecienta en el consumo de bienes de carácter común, también llamados recursos comunes. Éstos tienen como antecedente principal el análisis de los bienes públicos realizado por Samuelson en The Pure Theory of Public Expenditure. En este artículo, los bienes públicos son definidos como aquellos que pueden ser consumidos colectivamente, es decir, que si un individuo A lo consume, este hecho no afecta el consumo de un individuo B. Un bien privado, por el contrario, es aquel que al ser consumido por A, no puede ser consumido por B (Salmuelson, 1954, p. 347).   La teoría económica ha expandido el concepto de bienes públicos a aquellos bienes que además de no ser rivales –tal y como lo expresa Samuelson—, son también no excluyentes, que es lo mismo a decir que es imposible excluir a alguien de su consumo. Siguiendo esta misma lógica, un bien privado es aquel que no sólo basta con ser rival, sino que es fácilmente excluible, como por ejemplo cuando su uso se ve enormemente limitado por el precio.
No obstante, Robert Hardin (1968) observó que muchos bienes no encajan dentro de estas categorías, ya que si bien son rivales, el consumo de A puede afectar el consumo de B, pueden al mismo tiempo no ser excluyentes[2]. Esta es la famosa definición de los recursos comunes. El consumo acelerado de dichos bienes, según la filosofía de Hardin, pone en peligro la libertad de los individuos. Supóngase, por ejemplo, que centenares de ganaderos comparten el pasto con el que alimentan su ganado. Ellos, consciente o inconscientemente, querrán aumentar el número de reses que poseen, sin tener en cuenta que la sobreexplotación del pasto conduce a su extinción, y con ello también a la ruina de todos y cada uno de los pastores. A esta situación Hardin la denominó La tragedia de los comunes, también expresada en el mismo texto como La tragedia de la libertad por los comunes.
Se han planteado dos soluciones al respecto, ambas desde la teoría neoclásica de la economía. Una, propuesta por Arthur Pigou, invita a la implementación de impuestos a quienes sobreexploten los recursos; una segunda, argumentada por Ronald Coase, considera oportuno atribuir derechos de propiedad sobre estos bienes, y por tanto ponerlos dentro de la esfera del mercado.

  
II.                   La perspectiva de Elinor Ostrom
Para Elinor Ostrom, el error de Hardin radica en confundir el libre acceso de los recursos –debido a la carencia de derechos de propiedad– con la propiedad común – en la cual hay un derecho comunal de excluir a otros, aunque se comparten los recursos,–.  Contrario al análisis de Hardin, los individuos tienden a cooperar cuando pertenecen a  comunidades con determinados derechos de propiedad compartida (Hess y Ostrom, 2003, 118-122). Tal es el caso del desarrollo de irrigación en Nepal (Ostrom et al, 2011), los sistemas de conservación en Tailandia (2003, p. 313) o los sistemas de cultivo en las regiones campesinas de Colombia (Cárdenas y Ostrom, 2004; Potere et al, 2010).  Gracias a que en este último país se encontraba un estudiante suyo de Indiana, además economista experimental, Ostrom logró testar varios de sus planteamientos más relevantes (véase Potere et al, 2010, p. 161).
Para Ostrom, en resumen, es el entorno institucional –uno en el que se facilite el intercambio de información— así como el marco socioeconómico donde se explotan los recursos, los elementos centrales para explicar el éxito o el fracaso de la gestión de los comunes (Martínez y Guedes, 2012, p. 6).  En un escenario así,  un modelo que va más allá de la dicotomía Estado- Mercado como modo de organización, la sociedad civil juega un rol principal en el manejo y la conservación de los recursos (Fuster y Subirats, sin editar).

III.                   El internet como bien común. La tragedia y la comedia de los comunes digitales.
El internet, pensado como recurso común, ha generado una diversidad de planteamientos.  Mientras unos han defendido la idea trágica de que su uso masivo y descontrolado ocasiona graves costos sociales; otros, por el contrario, han sostenido que es un instrumento que ha propiciado una sociedad cada más y mejor informada, permitiendo así que los costos asociados a bajos niveles de información se reduzcan. Lo que parece una tragedia es en realidad una comedia.
Curien y Laffond (2012, p. 6), un ejemplo de los primeros, afirman que aunque millones de personas se benefician de las páginas web que circulan en internet, éstas sólo sobreviven por un número pequeño de usuarios que las protegen, planteando evidentemente un problema de free riders.  Por otra parte, Greco y Floridi (2004, p. 76) argumentan que el incremento de la información a través de internet ha sido sobreexplotado, lo que ha conllevado a un tráfico de la información, a una evidente tragedia de los comunes. En su análisis,  estos autores arguyen que la mayoría de las personas acceden libremente a los medios escritos en internet sin ningún pago por este servicio, o sin que haya una reciprocidad, como lo evidencia el hecho de que la mayoría de usuarios difícilmente –o quizás nunca– comparten sus escritos o reproducen sus ideas.
Otros han analizado el problema desde una perspectiva más ética, y exhortan a la pregunta del por qué, aún cuando existen herramientas tan potentes como internet, pareciera que en ningún momento de la historia el hombre estuvo más desinformado. William Ospina, uno de ellos, escribe:

Pero ¿será que ocurre con la sociedad de la información lo que decía Estanislao Zuleta de la sociedad industrial, que la caracteriza la mayor racionalidad en el detalle y la mayor irracionalidad en el conjunto?
Podemos saberlo todo de cómo se construyó la presa de las tres gargantas en China, de cómo se hace el acero que sostiene los rascacielos de Chicago, de cómo fue el proceso de la Revolución Industrial, de cómo fue el combate de Rommel y Patton por las dunas de África. ¿Por qué a veces sentimos también que no ha habido una época tan frívola y tan ignorante como ésta, que nunca han estado las muchedumbres tan pasivamente sujetas a las manipulaciones de la información, que pocas veces hemos sabido menos del mundo?
También se plantea, desde un punto de vista moral, que internet ha generado prácticas perversas como el hecho de que existan páginas que inviten a prácticas anoréxicas o suicidas. Es razonable sostener, así, que existen desventajas en la información de internet en tanto peligrosos actores pueden utilizarla en perjuicio de la sociedad. La cadena de secuestradores o los ataques del 11 de septiembre representan también este tipo de casos (Shirky, 2012,  min. 10 y 11). 
Por otra parte, los argumentos a favor de internet como recurso común son bastante conocidos. Las compras vía online, por un lado, reducen los costos de transacción y de mano de obra, reduciendo consigo el precio de los bienes; por otro lado, permiten que haya mayor confianza entre compradores y vendedores ya que se dispone de un historial por usuario que lo califica según su comportamiento en las transacciones. Esta manera de operar está extendida en todas las páginas de comercio electrónico (e-commerce) como Amazon o E-bay, entre otras (Curien y Laffond, 2012, p. 4).
Otro efecto positivo de internet es la reducción de los costos de transacción que se generan en los contratos entre el principal y el agente. La información que brinda internet permite que los directivos de empresas online tengan perfecta claridad de las personas más productivas, quienes pueden conducir a la obtención de los fines esperados. Gran parte de las mejores fotos compartidas en Flickr provienen de un pequeño número de usuarios, menos del 1%, lo que permite seleccionar y premiar a dichos usuarios (Shirky, 2012,  min. 5).   Las personas, aunque se beneficien de lo que hacen otros, dejan huellas que ayudan a la conservación de los recursos.
Finalmente, un efecto positivo del uso del internet radica en concebirlo como una poderosa herramienta de educación.  La misma Ostrom así lo reconoce en Ideas, Facilities, and Artifacts: Information as a Common-Pool Resource (2003), artículo escrito junto con C. Hess. El internet ha permitido que la educación se esparza con mayor facilidad en orden a mejorar la información pública y profesional, tal como lo demuestra la colección de libros de la American Library Association disponible en google books (Hess y Ostrom, 2003, p. 138). Para Hess y Ostrom, aunque el Gobierno y las fuerzas del mercado hayan ejercido cierta influencia en la obstaculización de la información, ésta se sigue distribuyendo de manera virtual puesto que las comunidades se las ingenian para crear nuevos modos de intercambio de información (Hess y Ostrom, 2003, p. 137-138).
El pensamiento de Ostrom está profundamente influido por la filosofía de Friedrich Von Hayek (Hess y Ostrom, 2003, p. 113).  En un brillante artículo al que tituló The Use of Knowledge in Society, Hayek afirma que una sociedad en progreso es una sociedad descentralizada, una que permita a los individuos ser partícipes de sus decisiones, pero que al mismo tiempo les ofrezca las maneras de aprovechar el conocimiento que disponen de sus medios y entornos específicos. En sus palabras:

Si estamos de acuerdo en que el  problema  económico de la sociedad se  refiere principalmente a la pronta adaptación a los cambios según  circunstancias particulares de tiempo y de lugar, se podría inferir que las  decisiones finales  deben  dejarse a  quienes están  familiarizados con  estas circunstancias, a quienes conocen de primera mano los  cambios pertinentes y los recursos disponibles de inmediato para satisfacerlos. No podemos  esperar resolver este  problema  comunicando  primero todo  este conocimiento a una junta central, la que,  después de integrarlo,  dicta órdenes Es  preciso  resolverlo por  medio de alguna  forma descentralizada.
Pero esto soluciona sólo parte de nuestro problema.  Necesitamos  la descentralización porque sólo así  podemos asegurar que el conocimiento de las circunstancias particulares de tiempo y lugar será prontamente  utilizado. Pero el hombre que está en el terreno no  puede  decidir a base de un conocimiento limitado  pero  profundo de los  acontecimientos de su  medio ambiente inmediato. Aún queda el  problema de comunicarle la información adicional que  necesita  para hacer calzar sus  decisiones dentro del patrón general de  cambios de  todo el sistema económico (Hayek, p. 163).
Este pensamiento, también defendido en la idea de la Sociedad Abierta de Karl Popper –amigo cercano de Hayek–, atraviesa todo el hilo conductor de este ensayo: la Política Pública, entendida como conocimiento especializado en beneficio de la gente, progresa a medida que la brecha de información entre la sociedad civil y los organismos de política se reducen

IV.                   ¿Y la política pública?
El uso masivo del internet reconfigura una sociedad de conocimiento, lo que nos obliga a plantear nuevas formas de Política Pública. Siguiendo a Margetts (2009, p. 5), el internet  tiene implicaciones en la Política Pública en cuatro aspectos:
  •  El ámbito nodal que designa cómo las personas pueden ser capaces de diseminar y colectar información.
  • La autoridad del gobierno que “denota la posesión del poder legal o artificial de prohibir, garantizar o adjudicar”.
  • El tesoro que designa “la posesión de dinero o lo que libremente puede ser intercambiado”.
  • “La capacidad organizacional que designa la posesión de un stock de personas y habilidades, tierras, construcciones, materiales, computadores y equipamiento”.
Respecto al tesoro, hoy, gracias al internet, asistimos a una reconfiguración del mercado laboral, del mercado de bienes y servicios, y en la manera cómo los ciudadanos pagan sus impuestos y deudas con el Estado. Vivimos, de hecho, en una era virtual del Capital (Castells, citado de Margets, 2009, p. 8). En cuanto al ámbito nodal, el internet permite que la información se disemine más rápidamente entre la sociedad civil, hasta convertirse en la principal herramienta de comunicación. Plataformas que así lo permiten como Google, Facebook o Twitter son ahora actores relevantes en los procesos de toma de decisión (Margetts, 2009, p. 7).  
En la modernidad, la autoridad del gobierno también se redefine en tanto miles de individuos conciben internet como un espacio de debate que incluso aboga por un anarquismo cibernético. Internet ha generado, incluso, que conceptos como democracia, libertad o autarquía sean puestos nuevamente en debate. Mientras en los  países autocráticos internet se ha convertido en el medio más eficaz para que la opinión pública se movilice y desarrolle movimientos de oposición; en los países democráticos internet ha sido una de la herramienta más usadas para filtrar la información personal y privada de las personas (Margetts, 2009, p. 7).  
Así mismo, diferentes movilizaciones se han originado o fortalecido gracias al uso de internet, como el caso de las Acampadas de Barcelona o Los indignados, un movimiento que empezó en España pero que se ha esparcido en todo el mundo. Lo anterior nos obliga a repensar las relaciones entre el Gobierno y la Sociedad civil, de concebirlas más horizontal y menos jerárquicamente (Fuster y Sabatier, sin editar).
Finalmente, la capacidad organizacional también ha sufrido de cambios profundos con la llegada del internet en tanto el Gobierno y la sociedad civil disponen hoy de nuevas herramientas que permiten reducir la brecha de la información entre los intereses de los ciudadanos y los concernientes a la autoridad central. El gobierno y la gobernanza electrónica (E-Governnment and E-Governance), como se les conoce a estas nuevas herramientas, permiten redefinir la manera en que el Gobierno interactúa con los ciudadanos, con las firmas y empresas, y con las organizaciones no gubernamentales, entre otros.

Conclusiones
Este ensayo abordó el internet desde el concepto de Recurso común, aunque no desde su sentido trágico – como un problema causante de costos sociales—, sino desde su sentido cómico, como aquel que, aunque en principio parece destructivo, permite que la sociedad progrese a nivel económico y político.  El internet nos permite, sin duda alguna, una sociedad que puede estar más informada,  ciudadanos más despiertos a su entorno y más capaces de movilizarse en pro de la sociedad en la que viven.
Esto inevitablemente genera que la arena política se amplíe, y ya no sólo desde un espacio físico, sino también desde uno virtual, uno más grande y más potente que cualquier lugar concreto. Si pensamos la Política Pública como una disciplina a favor de la gente, a favor de la Sociedad Civil, las personas deben tener voz y voto en las decisiones políticas. Internet, en efecto, así lo permite. Esta es la llamada Inteligencia de la Democracia (Lindblom , 1965), aquella que no limite a los ciudadanos “a leer las opiniones de los líderes y juzgarlos en las conversaciones privadas”. Los ciudadanos ideales “ya no están obligados a ocupar el papel de meros lectores, espectadores y oyentes. Pueden ser, en cambio, los participantes de la discusión” (Benkler, 2006, p. 61, traducción mía).



[1] Este ensayo entiende por Política Pública el estudio y el análisis del proceso de toma de decisión que afecta a organizaciones gubernamentales y privadas, así como a la misma sociedad civil (John,  2006, p.1). La Gerencia Pública, por otra parte, es la disciplina que busca las mejores decisiones de política en términos del aprovechamiento óptimo de los recursos y de acuerdo con una evaluación de los límites y oportunidades que una determinada elección genere (Wissink et al, 1991, p. 5).


[2] Si bien Hardin no fue el primero en estudiar el problema de los comunes,  ya que Scott Gordon y Anthony Scott habían planteado previamente problemas parecidos, fue sólo hasta el artículo La Tragedia de los Comunes que se habla explícitamente de la naturaleza de estos bienes (Vease Hess y Ostrom, 2003, 115-116). 


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